El estudio de la inteligencia emocional (IE) ha ganado relevancia como estrategia para prevenir adicciones. Desde la aparición del término en la última década del siglo pasado, numerosas investigaciones han explorado su definición y potencial. Inicialmente definida por Salovey y Mayer en 1990, y refinada en 1997, la IE incluye la capacidad de percibir, valorar y regular emociones para guiar pensamientos y comportamientos.
La IE se considera una variable mediadora entre eventos de vida y sus consecuencias sobre la salud. Estudios han demostrado que niveles bajos de IE están asociados con problemas de salud y conductas adictivas, mientras que altos niveles facilitan la adaptabilidad y respuestas emocionales positivas. Investigaciones han encontrado que niveles bajos de IE en hombres pueden predecir conductas negativas como el consumo excesivo de alcohol y drogas.
En cuanto a la prevención de sustancias, la IE se ha identificado como un elemento protector. Un metaanálisis de Kun y Demotrovics (2010) revisó 36 artículos y encontró que bajos niveles de IE se asocian con mayor consumo de tabaco, alcohol y drogas ilegales. Estudios como los de Trinidad et al. (2004) y Ruiz-Aranda et al. (2006) han demostrado que adolescentes con alta IE tienen una mayor capacidad para rechazar el consumo de tabaco y alcohol, debido a su comprensión emocional y habilidades de afrontamiento.
Además de la IE, variables como la resiliencia, el apoyo social y actitudes positivas hacia la salud también ofrecen protección contra el consumo de sustancias. En el tratamiento de adicciones, el desarrollo de la inteligencia emocional es cada vez más crucial.